Es considerada la primera bióloga alemana, la primera médica y la primera feminista, es sin dudas una de las mujeres más extraordinarias de la Edad Media europea. En pleno siglo XII, sólido paraíso de oscurantismo, esta abadesa dedicó los más ochenta años de su vida a contrariar con astucia y sutileza los mandatos opresivos de su época. Hildegard fue visionaria, escribió sobre teología, propuso un universo heliocéntrico 300 años antes que Copérnico, escribió sobre la gravitación universal 500 años antes que Newton, pregonó el herbalismo, se carteó y polemizó con Papas, reyes, nobles, etc. que siempre tuvieron enorme respeto a sus opiniones (evidentemente no por su condición de mujer, sino de visionaria), compuso música avanzada y fundó en Rupertsberg su propia abadía, una suerte de comunidad femenina donde las monjas daban rienda suelta a sus talentos artísticos, aprendían a cantar, copiaban e ilustraban manuscritos, hacían gimnasia y bebían cerveza. Su credo era pura dinamita: promovía la igualdad de géneros, negaba que el placer sexual fuera fruto del pecado y sostenía que la sangre que verdaderamente manchaba no era la de la menstruación sino la que derramaban las guerras. ¡Y en pleno s. XII!
Este monasterio era masculino, pero acogió un pequeño grupo de reclusas en una celda anexa bajo la dirección de Jutta de Sponheim. La ceremonia de clausura solemne fue celebrada el 1 de noviembre de 1112, participando también Hildegarda junto a Jutta y otra reclusa. En 1115 la celda se transforma en un pequeño monasterio para poder albergar el creciente número de vocaciones. En ese mismo año emitió la profesión religiosa Hildegarda en manos del obispo Otto de Bamberg. Hildegarda recibió durante estos primeros años una educación monástica rudimentaria dirigida por Jutta. Consistió en los rudimentos de la lengua latina, para poder seguir la liturgia; lectura de la Sagrada Escritura, memorizando los Salmos, que se recitaban diariamente; y el canto gregoriano.
Desde muy niña, Hildegarda tuvo visiones, que más tarde la propia Iglesia confirmaría como inspiradas por Dios. Estos episodios los vivía conscientemente, es decir, sin perder los sentidos ni sufrir éxtasis. Ella los describió como una gran luz en la que se presentaban imágenes, formas y colores; además iban acompañados de una voz que le explicaba lo que veía y, en algunos casos, de música.
Jutta murió en 1136, e Hildegarda, a pesar de ser joven, fue elegida por las monjas como abadesa. En 1141, a la edad de cuarenta y dos años, le sobrevino un episodio de visiones más fuerte, durante el cual recibió la orden de escribir las visiones que en adelante tuviese. A partir de entonces, Hildegarda escribe sus experiencias, que darán como resultado el primer libro, llamado Scivias (Conoce los caminos), que concluirá en 1151. Para tal fin, tomó como secretario y amanuense al monje Volmar, y, como colaboradora, a Ricardis de Stade.
En 1148, un comité de teólogos, a petición del Papa Eugenio III, estudia y aprueba parte de Scivias. El mismo Papa leería públicamente algunos textos durante el sínodo de Tréveris. Tras la aprobación, envió una carta a Hildegarda, pidiéndole que continuase escribiendo sus visiones. Con ello da comienzo no sólo la actividad literaria aprobada canónicamente, sino la relación epistolar con múltiples personalidades de la época (tanto políticas como eclesiásticas), que pedían sus consejos y orientaciones. Tal fue su reconocimiento que llegó a ser conocida como la Sibila del Rin. La gente la buscaba para escuchar sus palabras de sabiduría, para curarse o para que los guiara.
En ese mismo año, una visión le hace concebir a Hildegarda la fundación de un nuevo monasterio en Rupertsberg, para trasladar a la crecida comunidad y emanciparla de los monjes de Disibodenberg. Tras las oposiciones de éstos, logra el permiso del arzobispo de Maguncia, y comienzan las obras. La comunidad se trasladó en 1150.
Concluido el Scivias, Hildegarda se dedica en su nuevo monasterio a la elaboración de los libros de contenidos físicos y médicos hasta 1158 y a ultimar la colección de cantos que tituló Symphonia armonie celestium revelationum.
En 1165 funda un segundo monasterio en Eibingen, que visitaba regularmente dos veces a la semana.
La labor de escritora de Hildegarda se vio interrumpida muchas veces por los viajes de predicación. Si bien la clausura en sus tiempos no era tan rígida como lo sería a partir de Bonifacio VIII, no dejó de sorprender y admirar a sus contemporáneos que una abadesa abandonara su monasterio para predicar.
Lo hacía en iglesias y catedrales, ante clero y fieles. El contenido de su predicación gira en torno a la redención; la conversión, criticando duramente la corrupción eclesiástica; y la oposición firme contra los cátaros, por quienes rogó a los gobernantes para que fueran castigados pero no ajusticiados.
En total fueron cuatro viajes, el primero entre 1158-1159. En 1160 realizó el segundo. Entre 1161-1163 el tercero. Y un cuarto viaje entre 1170-1171.
Además de los viajes de predicación, Hildegarda también usó las cartas para hacer sentir su opinión ante personajes notables, como por ejemplo, las amenazadoras cartas dirigidas al emperador Federico I Barbarroja oponiéndose al cisma y los antipapas nombrados por él.
Murió Hildegarda el 17 de septiembre de 1179 a los 81 años de edad.
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