Noemí



Serie Mujeres de la Biblia

En los días de Noemí era tal la decadencia del pueblo de Dios que hubo hambre en la tierra. Elimelec, su esposo, al no tener la fe que hace contemplar a Dios en medio de la prueba, abandona la tierra de Jehová para buscar alivio en la tierra de Moab, llevando consigo a su mujer y a sus dos hijos. En las Escrituras hallamos diferentes territorios que rodean a la tierra de Jehová y que son tipos de los variados aspectos del mundo. Egipto nos habla de un mundo grosero, en el cual el hombre busca satisfacer sus codicias. Babilonia, en cambio, es el mundo en el cual el hombre busca su propia exaltación por medio de una religión corrupta. Acerca de Moab, el profeta Jeremías nos dice lo siguiente: “Quieto estuvo Moab desde su juventud, y sobre su sedimento ha estado reposado, y no fue vaciado de vasija en vasija, ni nunca estuvo en cautiverio” (Jeremías 48:11). Por lo tanto, Moab representa al mundo que nos ofrece un aparente reposo, donde podemos escapar de todos los conflictos que debemos enfrentar al pelear la buena batalla de la fe.

Hoy en día hay muchos que han escapado del mundo grosero de Egipto y del corrupto mundo religioso de Babilonia, pero cuando se enfrentan con el hambre y el conflicto que hay en medio del pueblo de Dios, encuentran en el mundo tipificado por Moab una peligrosa tentación. Desde los días de Elimelec, muchos creyentes acosados y cansados a causa de las pruebas y conflictos, han abandonado el terreno que Dios le ha dado a su pueblo para buscar una vida más fácil en algún círculo de personas más despreocupadas, en el cual la mayoría deshecha los dictados de la conciencia en medio de las pruebas, y donde se permite el libre ejercicio de la propia voluntad.


Está escrito que, lamentablemente, Elimelec, su esposa Noemí y sus dos hijos “llegaron a los campos de Moab”; pero lo que leemos a continuación es más grave todavía: “Se quedaron allí” (v. 2). En ese lugar donde los hijos de Dios buscan quietud y reposo, sólo encuentran tristezas y mucha pérdida. Moab, con sus preciosos valles y sus verdes colinas parece muy atractiva, pero Elimelec aprendería que “Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 16:25). Es exactamente lo que le pasó a Elimelec, él quiso escapar de la tierra de Jehová para no morir de hambre y se arrojó a los brazos de la muerte en Moab. Dar un paso en falso para evitar una prueba nos puede hacer caer en la misma prueba que quisimos evitar.


Luego del fallecimiento de Elimelec, sus dos hijos se casaron con mujeres de la tierra de Moab. Al cabo de diez años, la muerte puso su mano también sobre estos dos hombres. Finalmente, privada de su esposo y de sus hijos, Noemí se convierte en una mujer solitaria en una tierra extraña. Ella había abandonado la tierra de Dios para escapar del hambre, pero ahora se encuentra en la tierra de Moab llena de amargura y tristeza.


En este punto de la historia de Noemí, hallamos una solemne enseñanza acerca de no ignorar las instrucciones que el Señor provee en su gracia para la restauración. Noemí había abandonado la tierra de Jehová y tuvo que enfrentarse con el castigo del Señor. No obstante, si el Señor nos castiga es para bendecirnos y llevarnos de vuelta a su tierra para que estemos cerca de Él y de los suyos. En este crítico momento de su vida Noemí “se levantó con sus nueras, y regresó de los campos de Moab” (v. 6). ¿Pero qué fue lo que en realidad la impulsó a retornar? Ciertamente, no fue por la tristeza que estaba sufriendo en la tierra de Moab, sino por las buenas noticias que provenían de la tierra de Jehová y que ella escuchó. No fueron las necesidades y la miseria del lejano país donde se hallaba las que impulsaron al hijo pródigo a dejar esa tierra de pecado y regresar a su hogar, sino la comprensión de que en la casa de su Padre había abundancia para él. Sus palabras confirman esto: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre” (Lucas 15:17-18). De la misma manera, cuando Noemí “Oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan. Salió pues, del lugar donde había estado, y con ella sus dos nueras, y comenzaron a caminar para volverse a la tierra de Judá” (vs. 6 y 7). El pecado puede endurecer nuestros corazones y llevarnos lejos del Señor, pero sus pensamientos llenos de gracia para con nosotros nos quebranta y nos conduce de regreso hacia Él. El amor de Jesús eleva nuestros pobres corazones por encima del mundo que nos agobia.


Además, en la historia de Noemí se nos presenta una bendita consecuencia de la restauración que el Señor obró en ella. Se trata de la buena recepción que tuvo de parte de su pueblo. Leemos en el versículo 19: “Anduvieron, pues, ellas dos hasta que llegaron a Belén; y aconteció que habiendo entrado en Belén, toda la ciudad se conmovió por causa de ellas”. Deberíamos preguntarnos: ¿por qué hoy en día hay tan pocas almas restauradas? ¿Será que muchas veces el pueblo de Dios no se compadece de los que están descarriados? Que el Señor nos ayude a sentir, al menos un poco, la compasión que lo impulsa a Él a buscar su oveja descarriada hasta encontrarla.


Lo primero que dice Noemí es: “En grande amargura me ha puesto el Todopoderoso” (v. 20). Al considerar estas palabras vemos el sello de un alma restaurada, a la vez que aprendemos que el apartarse del Señor inevitablemente acarrea tristeza. Aunque por diez largos años ella no quiso tener ningún trato con el Señor, él nunca dejó de tratar con ella. “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos” (Hebreos 12:6-7).


En segundo lugar, Noemí afirma que el Señor no sólo trató con ella, sino que también la puso “en grande amargura”. Cuando el Señor trata con nosotros a causa de nuestros desvíos, hallaremos que “ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11).


En tercer lugar, Noemí dice: “Yo me fui” (v.21). Un alma verdaderamente restaurada asume toda la culpa de haber abandonado la tierra de Jehová. De hecho, leemos en las Escrituras que en realidad fue Elimelec quien tomó la iniciativa de irse, pero ella no busca justificarse culpando a su marido. Tampoco se excusa de que no lo pudo ayudar a su esposo a volver del camino equivocado debido a que era una época de gran tribulación y que la presión que soportaba era muy grande. Deberíamos reconocer, como lo hizo Noemí, que la causa de nuestros desvíos no se halla en el fracaso de los demás ni en la presión de las circunstancias, sino en nosotros mismos.


En cuarto lugar, Noemí reconoce que fue el Señor quien la trajo de regreso. Ella reconoce que tomó la decisión de irse, y también reconoce que fue el Señor quien la trajo de vuelta. Cuando nos descarriamos, ninguno de nosotros podría volver al camino del Señor si no fuera porque Él mismo nos trae de regreso. David podía decir: “Él restaura mi alma” (Salmo 23:3 versión inglesa de J.N.D).


En quinto lugar, Noemí no sólo dice que el Señor la trajo de vuelta, sino que “la trajo de nuevo al hogar” (v. 21, versión inglesa de J.N.D) Cuando el Señor nos restaura no nos trae a una casa de rehabilitación, sino que nos conduce directamente al amor y a la calidez de Su hogar. Cuando el Pastor encuentra a la oveja perdida, “la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido” (Lucas 15:5,6). ¡Bendito sea el nombre del Señor! ¡Nada menos que Su hogar, es también el hogar de Su oveja!


En sexto lugar, encontramos que es necesario que Noemí confiese algo más. El Señor la había traído de regreso al hogar, pero ella tiene que reconocer que la había traído de nuevo al hogar “con las manos vacías” (v. 21). Noemí pudo decir, “Yo me fui llena”, pero fue regresada por el Señor a su hogar “con las manos vacías”. Todos los días de nuestra vida en los que permanezcamos apartados del Señor, serán días en los que no tendremos ningún crecimiento espiritual; pero también serán días en los cuales podremos ser despojados de todo aquello que impide dicho crecimiento.


En séptimo lugar, hallamos otra verdad que brilla en la historia de Noemí y que consuela grandemente a toda alma que ha sido restaurada. Leemos que el tiempo de su regreso fue “al comienzo de la siega de la cebada” (v. 22). Cuando el Señor nos restaura y nos trae de nuevo al hogar nuestras manos se encuentran vacías, pero Él se encarga de que nuevamente tengamos abundancia.


En resúmen, la historia de Noemí nos muestra las aflicciones del creyente que se aparta del camino, la gracia del Señor que lo restaura, y la recepción del creyente restaurado en medio del pueblo de Dios.

Hamilton Smith


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