NOEMÍ, una mujer herida y restaurada

NOEMÍ (NAOMI) es un nombre de raíz hebrea que se traduce como Placentera, Deleitosa, Dulce, Agradable, Mi Gozo.

Nació, aproximadamente, entre los años 1322 y 1312 a.C. “en los días en que gobernaban los Jueces.”

Su historia es muy interesante e intensa. Encontramos su relato en el pequeño libro de Rut, de sólo cuatro capítulos.

La primera parte de la vida de Noemí puede resumirse así:


• Salió de Belén rumbo a Moab, junto a su marido Elimelec y sus dos hijos, porque había mucha escasez en aquella región.

• Unos diez años después, Noemí regresa a Belén sin su esposo y sin sus hijos porque habían fallecido en Moab, pero acompañada por Rut, una de sus nueras.

Si nos ponemos un momento en la piel de Noemí, podremos imaginar cómo se sentía.

Noemí era una mujer herida.


Todas las mujeres tenemos alguna herida.

Cada una la suya, y es algo muy personal, que no vamos a dimensionar ni a comparar porque solamente “cada una sabe dónde le aprieta el zapato”, pero a todas, la experiencia de Noemí, nos puede dejar grandes enseñanzas:


- Nos recuerda nuestra fragilidad mientras vivimos en este mundo caído

- Nos muestra cómo obra DIOS a nuestro favor, muchas veces sin que nos demos cuenta.

De hecho, la compañía de Rut era una señal del cuidado de DIOS hacia Noemí, y de la obra de restauración que ya había comenzado; aunque Noemí no se dio cuenta enseguida.

Y a medida que avanza la historia, vemos que DIOS se manifestó en su vida por medio de la comunión con otras personas, hasta que la bendición fue completa:

• Su nuera Rut se casó con Booz, un hombre rico y generoso.

• Noemí se convirtió en la felíz abuela de Obed, de cuya descendencia vendría el MESÍAS.


Como hijas de DIOS, no estamos exentas de sufrir heridas.

Pero debemos recordar que somos mujeres con un tesoro dentro; somos mujeres con la gloria de DIOS obrando en nosotras. Y el testimonio de sanidad y restauración de muchísimas mujeres heridas nos demuestra que si un corazón se abre y reconoce su dolor, busca la comunión con otros creyentes y se refugia en la oración, no hay ninguna clase de sufrimiento que DIOS no sane. Como decía Pablo:


“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de DIOS, y no de nosotros; que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos.” (2 Cor. 4:7-9)

“Por amor a CRISTO me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2 Cor. 12:10)

Él tiene infinitas maneras de auxiliarnos, pero muchas veces –como sucedió en la vida de Noemí- le agrada al Padre dispensar su esperanza, sanidad y ayuda, a través de los corazones, las manos y las palabras de Sus hijos e hijas.


Tal vez sea ésta una de las razones por las tanto que nos gusta reunirnos a las mujeres, hermanas en la Fe.
Silvia

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